El 2020 fue un año que marcó un antes y después en nuestras vidas. El COVID-19, ese virus invisible, transformó nuestras rutinas y nos llevó a quedarnos en casa. Contrario a lo que creíamos inicialmente, aún estamos lejos de superar esta pandemia. La vacunación avanza lento (¡pero avanza!) en la mayoría de países y solo es superada por la rapidez con que las nuevas variantes se propagan.
A nuestra crisis sanitaria, se ha sumado una económica y una alta incertidumbre política ante las elecciones. Con muchos candidatos compitiendo por nuestro voto, no sabemos qué pasará. Y en este clima, es entendible que los ánimos estén revueltos. Sin embargo, debería preocuparnos ver a las redes sociales convertidas en trincheras llenas de arengas o de ataques hacia todo aquel que piensa distinto.
Precisamente, este debe ser un momento para replantear cómo vivimos en sociedad. De acuerdo al Banco Interamericano de Desarrollo, el Perú se ubica como el cuarto país en la región con mayor desconfianza a integrantes de su propia comunidad, desconfianza que se mantiene igual de alta cuando hablamos de partidos políticos y de instituciones como el Poder Judicial, el Congreso o la Policía Nacional. En suma, nos cuesta creer en el resto.
En un contexto de pandemia, la desconfianza aumenta. Al cuidarnos y cuidar a los nuestros, nos alejamos de los otros. No obstante, tal y como ocurre con la corrupción, el crimen y el desempleo — problemas vistos como prioritarios por la mayoría de la población, este tema debe entrar en agenda. Finalmente, es la confianza la que nos permite colaborar en sociedad y junto a la empatía, configuran la solidaridad.
Una sociedad que vive en constante temor, por cómo se ven o piensan otros, está muy lejos de la empatía y más cerca de la hostilidad. En momentos de crisis, es importante recordar que nuestro país ha mostrado ser solidario en momentos clave. Hemos puesto el hombro para llevar abrigo, comida y techo a quienes lo más lo necesitan. No dejemos de escuchar a otros.